martes, 29 de septiembre de 2009

La estupidez se adueña de pequeñas almas, transparentes. Si en la puerta de la vida alguien me diera la bebida de la no pregunta, no entraría a la vida. Si es más inútil que la vida, entro en la fiesta de lo inútil. Baila con soltura la pregunta dentro de la inutilidad. Se vuelve atractiva, erótica, artista. Voy hacia ella, me llena de placer, me seduce con su mundo inútil. Se convierte en comida adictiva. Que cuanto más se come más se quiere comer. Y cuando entendemos la muerte admiramos el infinito, paradójico. Ese revolcarse en el infinito, en la incertidumbre interminablemente redonda, de no querer apretar el botón del paracaídas. La pregunta se zambulle en la arena y corre como niño de nuevo a la escalera del tobogán. Golpeada y con apuro de vivir otras vidas, también inútiles.

1 comentario:

Romina Marconi dijo...
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